Soundtrack Vital

Un compendio irresistiblemente evocador inspirado en los accidentes vitales de Lucho Tapia y Guary Opazo.

Tuesday, April 26, 2005

Lithium, Nirvana (1991)

La química como inútil salvavidas


Tengo una sola cicatriz en mi rostro. Es un pequeño corte horizontal de uno o dos centímetros de largo sobre mi ceja derecha. Está ubicado hacia el extremo exterior de la misma, cerca de la sien. Con los años se ha ido borrando y reduciendo un poco, hasta volverse bastante poco notoria. Cuando mi rostro está relajado, es casi imperceptible; sólo llama la atención cuando levanto mi ceja al poner cara de sorpresa (ambas cejas arriba) o de duda (una arriba y una abajo), o cuando mi rostro es iluminado por una luz tenue dirigida preferentemente desde arriba o desde algún otro ángulo raro. Han pasado ya casi diez años desde que la adquirí, y después de todo este tiempo, como ocurre con muchas cicatrices, he aprendido a relacionarme con ella de un modo bastante familiar, casi apreciativo. Hoy sin duda puedo decir que tengo a mi cicatriz en bastante alta estima, y que la echaría algo de menos si no estuviese allí.

El hecho de llevar mi cicatriz a cuestas por la vida me ha revelado un sinnúmero de verdades, en particular la comprobación del famoso adagio que dice que “las cicatrices cuentan historias”. De hecho, mi cicatriz podría contar de aquella infame noche que marcó su aparición, de su creación de la nada misma, hasta, digamos, el posarse de manera indeleble y eterna sobre mi ceja derecha. (Aunque, como será fácil adivinar, “posarse” no es quizás el término más adecuado.)

El litio se utiliza como tratamiento de personas con desorden bipolar, también conocido como enfermedad maníaco-depresiva. Este trastorno se caracteriza por cambios cíclicos del humor, muy altos (manía) y muy bajos (depresión.) En ocasiones estos cambios son dramáticos y rápidos, aunque lo más habitual es que se produzcan de forma gradual. Cuando un individuo se halla en la fase depresiva puede presentar alguno o todos los síntomas del trastorno depresivo. Cuando se halla en la fase maníaca, suele mostrarse con un estado de ánimo exaltado y expansivo, hiperactivo y con una gran necesidad de hablar. La manía suele afectar al pensamiento, a la capacidad de juicio y al comportamiento social de forma que llega a provocar situaciones muy violentas.


Ocurrió la noche del 8 de abril de 1994; recuerdo la fecha con precisión quirúrgica por razones que serán evidentes mas adelante. Esa noche, noche de fin de semana fresca y adolescente, me dirigía a una fiesta en compañía de una buena amiga mía. Dicha fiesta tendría lugar, como era usual durante aquellos años, en casa de alguien; alguien que nosotros naturalmente desconocíamos personalmente, lo que por supuesto poco importaba. Valga decir que la casa donde esta fiesta se llevaría a cabo estaba muy, pero muy lejos de todo. Recuerdo tomar varios microbuses, caminar y caminar mucho rato escuchado a mi amiga hablar de una multitud de temas, cosa que a ella se le daba muy bien, blah, blah-blah. De pronto, en lo que pareció ser tan sólo un nuevo cambio de tema en su florida transmisión verbal, mi amiga detiene sus pasos, llevándose ambas manos a la boca en ese gesto tan suyo de “ooooh, esto no me lo vas a creer!”, salvo que -oh cielos- su incansable entusiasmo pareció de pronto opacar, hacerse pesado, empantanarse en un charco de lodo viscoso y profundo. Y antes que ella dijera nada yo recuerdo decirme a mí mismo algo así como “oh, aquí se nos viene algo fuerte”. Díjome ella: “Guary, pucha, parece que no te has enterado, así que te lo digo yo. Para, para. Listo? Aquí va: Kurt Cobain se suicidó, se pegó un tiro, está muerto. Salió en las noticias. Hoy. Sí, hoy lo encontraron en su casa con la cabeza hecha mierda y con una escopeta entre las manos. Pucha, Guary...”.

De inmediato supe que esa noche estaba destinada a convertirse de una manera u otra en una catástrofe de aquellas; sólo bastaba esperar. Debía ser así. En particular, mi noche debía ser, al menos, una noche desastrosa. Y cómo no, si la cabeza de Kurt Cobain estaba hecha pedazos? Naturalmente, de forma inmediata quise irme de allí, acabar con la incerteza, volver a mi casa a ver las noticias y comprobar si lo que mi amiga decía era cierto... pero ella me lo impidió, con eso de que “ya habíamos viajado tanto, que ya estábamos por llegar, que la fiesta me iba a hacer bien para despejarme, y que blah, blah, blah...”.


La depresión bipolar esta íntimamente relacionada con el suicidio y la muerte prematura debido a condiciones patológicas derivadas del stress y/o complicaciones del abuso mórbido de drogas. Como los pacientes con tendencias suicidas y depresión bipolar son excluidos de la mayoría de los experimentos clínicos, muy poco se sabe de las verdaderas contribuciones de los tratamientos de trastorno emocional como manera de reducir la tasa de mortalidad de tales pacientes. A pesar de las complejidades clínicas y éticas asociadas con los estudios sobre el suicidio, una gran cantidad de evidencia ha ido surgiendo que demuestra que el litio controla en gran medida las conductas suicidas en pacientes con desordenes psiquiátricos severos.


Me quedé. Naturalmente, la noche no tardó en volverse desastrosa. La fiesta era una fiesta común y corriente, con mucha gente y escasos vasos plásticos conteniendo cerveza tibia y sin espuma. A mi amiga la perdí de vista apenas entrar; no la volvería a ver sino hasta la mañana siguiente. Recuerdo dar muchas vueltas, no conocer a nadie, sentirme incómodo, inquieto, fuera de lugar. Muchas imágenes pasando mi mente, muchas imágenes terribles y confusas, todas concebidas con el malsano material de la incertidumbre. La cabeza de Kurt Cobain hecha pedazos. La cabeza de Kurt Cobain hecha pedazos. Recuerdo hacer mención de la noticia a algunas gentes, y recibir sólo reacciones de tibio y tenue desencanto, cuando no algún chiste abiertamente morboso, lo que me hacía sentir bastante alienado. Di más vueltas. Más por deporte que por otra cosa, me puse a bailar. Slamdance, naturalmente, fabricando junto a otros un caos masivo y rebotador en el diminuto living-room de esa casa de La Florida, sin más luz que la que llegaba de las luces ámbar de los faroles de la calle. Sacudir la cabeza hacia arriba y hacia abajo con mucho ímpetu, saltar, empujar; ser empujado. Empujar cuerpos con quizás una pizca más de mala leche que lo usual. Recibir un fuerte estrellón de un cuerpo en particular; estrellar a tal cuerpo de vuelta con violencia, enviarlo bastante lejos. Y luego, claro, recibir un furibundo golpe de puño en el rostro, y luego otro, y otro más. Mi pelo (largo, parcialmente sobre mi rostro) me impide ver de donde vienen los golpes, pero es claro que vienen desde más de un sitio. Digamos que a estas alturas, aunque simplemente han pasado un par de segundos, puedo darme cuenta sin asomo de duda que mi agresor original cuenta con el apoyo concreto de varios de sus amigos, fervientemente abocados a la tarea de darme una paliza. Con mi escaso talento boxeril, intento principalmente de cubrir mi rostro y de vez en cuando lanzar algún puño de vuelta, el cual nunca provoca el efecto deseado. Hasta que veo el flash, el típico flash de intensa luz blanca que anuncia la recepción de un golpe formidable, preciso y feroz, que destaca claramente sobre el resto. Flash y silbato en los oídos. Cuando este efecto se ha disipado, es que siento mucho sudor correr por mi rostro, un sudor bien caliente que me entra al ojo derecho y me hace doler. Restregar mi ojo y ver que es sangre, no sudor, lo que corre por mi cara. Mirar mis manos con incredulidad, levantar la cabeza y gritar a mis agresores: “ya! basta!” Dirigirme, con tosca urgencia y a oscuras hacia el baño, el cual ignoro completamente donde está. Golpear varias puertas con vehemencia, exigiendo la entrada. Ser ignorado al anuncio de “nooo, aquí no hay nadie fumando yerba!”. Golpear más puertas; comenzar a preocuparme debido al hecho que efectivamente he perdido la vista en mi ojo derecho y fantasear con la desagradable idea de un daño permanente. Una puerta que al fin se abre para revelar un personaje de cabellos muy largos que, bajo los efectos de quizás varias sustancias controladas, me recibe con un “ooooh, loooco, tenís sangre en la caaara”. Echarlo a un lado y lanzarme bajo el chorro de agua, para luego verme en el espejo. Darme cuenta que, aunque mi ojo esta entero, la carne sobre mi ceja está abierta en un tajo generoso que hace brotar mucha mas sangre de la que hubiera imaginado. Guau.

El dolor recién comienza.


El tratamiento con litio requiere un riguroso control médico pues el intervalo entre la dosis necesaria para que el fármaco haga efecto y la dosis tóxica para el organismo es muy corto. Por este motivo deben medirse las concentraciones sanguíneas del fármaco mediante un análisis de sangre dos veces por semana hasta que se alcancen niveles estables.


Todo tiene sentido, al menos para mí. Estar solo en un lugar hostil, golpeado y maltrecho, es el lugar que hoy me corresponde en el universo. Me siento en un rincón a esperar que la noche pase (ya es muy tarde para intentar volver a mi casa usando la locomoción colectiva.) Trato de ignorar lo que pasa a mi alrededor, lo cual no es tarea fácil. A esta altura la fiesta ya no es una fiesta, sino una caótica batahola generalizada entre adolescentes borrachos, la cual, curiosamente, ha sido gatillada por el incidente en que me vi involucrado hace un momento. Veo peleas, golpes, tipos magullados –varios mucho más seriamente que yo-, niñas histéricas que gritan y corren de un lado a otro, el caos. Pasa el tiempo, horas, y las cosas se calman, la mayoría de la gente se va. Otros pocos, como yo, nos quedamos tratando de dormir en algún rincón de aquella pequeña casa. Hace frío y me cuesta bastante quedarme dormido. De cuando en cuando, en plena oscuridad, palpo la herida sobre mi ceja derecha, que tercamente insiste en abrirse. Pienso en el hecho de llevar esta cicatriz sobre mi rostro por el resto de mi vida. Pienso también en un hombre joven, hermoso y triste, infinitamente más miserable que yo, decidiendo acabar con su vida. Pienso en su cabeza hecha pedazos sobre la alfombra de una casa demasiado grande para él solo.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home