Soundtrack Vital

Un compendio irresistiblemente evocador inspirado en los accidentes vitales de Lucho Tapia y Guary Opazo.

Tuesday, June 21, 2005

El Soldado Trifaldón, Charo Cofré (1971)

La primera lección

Es aquí donde mis recuerdos comienzan.

Antes de esta canción no existe nada, al menos nada que yo pueda considerar parte de mí, de mi propia vida e historia; nada más que la suposición de la existencia de un minúsculo poroto biológico cuyo rol en el universo se reducía a beber descomunales cantidades de leche y dormir plácidamente el resto de las horas, sumido en el más feliz de los olvidos.

Y como nada existe antes de esta canción, quizás es justo decir que mi vida consciente, real y concreta, mi status de entidad interactuante con el mundo, mi entendimiento, mi estructura valórica -o la ausencia de ella, todo, comenzó cuando escuché “El Soldado Trifaldón” por primera vez (y por segunda, por tercera y por enésima; considerando el quizás tozudo carácter del autor, seguro que este proceso no fue algo instantáneo; seguro debió tomar algún tiempo considerable.)

Tras todo este montón de años que he tenido la desfachatez de coleccionar, me doy cuenta que esta canción me dio mucho más de lo que podía haber sospechado. Si de niño hubiera sido capaz de escuchar la historia más atentamente, podría haber entendido que lo que la Charo Cofré me cantaba (s
í, lo que ella me cantaba a mí) era mucho más que una canción infantil. Siendo un poquito más asertivo, o teniendo simplemente un poquito de eso que le llaman visión de gol, habría aprendido con unos quince años de anticipación una de esas lecciones vitales de proporciones bíblicas que uno debe tarde o temprano tragar -ahorrándome de paso una serie de ingratos inconvenientes y hasta desastrosos eventos que ocurrirían durante los años venideros y que me tendrían de co-protagonista. Ahora que lo pienso mejor, este descubrimiento sirve como ejemplo supremo del hecho que algunas de las Grandes Verdades de la Vida pueden obtenerse de las fuentes más básicas y accesibles, como una canción de la Charo Cofré. Impresionante, a no dudarlo.

Lo que pude haber aprendido de niño es lo siguiente: que uno puede poseer algo muy preciado, e ir por la vida contento y feliz luciendo su tesoro, tal como el Soldado Trifaldón, hasta encontrarse con alguien que pretende arrebatárselo a cualquier precio, por la fuerza si es necesario. Tras ser atacado, uno es puesto en la compleja situación de devolver el golpe, como natural reacción; pero si la herida que uno produce al defenderse, por muy legítima que sea, provoca un efecto destructor feroz, uno debe tener la estatura moral suficiente para echar pie atrás, reconocer el daño y sinceramente pedir perdón. Es necesario tener la claridad mental suficiente para saber que lo justo y lo correcto no son necesariamente la misma cosa; que es bueno ser fuerte y saber defender la propia baldosa, pero es mucho mejor darse cuenta que las demás baldosas circundantes -y por lo tanto las gentes que las habitan, forman parte del mismo cuento, nuestro cuento, la vida misma.

Naturalmente, el hecho que uno no aprenda este tipo de cosas cuando debiera no sorprende a nadie -sobretodo este jodido asunto de cómo uno puede engrandecerse a través de la humildad (una sonrisa medio irónica y medio carente de fe se escapa por un lado de la boca de Escorpio al escribir esto.) Pero así es la cosa. No es fácil. Nadie nos dijo que sería fácil.

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